jueves, 12 de noviembre de 2015

LIDERAR ES SERVIR, artículo de Alex Rovira

“El destino más elevado del ser humano es servir más que gobernar.”
ALBERT EINSTEIN

En los grandes grupos humanos, en las comunidades espirituales o culturales, en la sociedad, la idea de portavoz o persona que promueve el cambio positivo quizá se ha entendido siempre como una fuerza de mando. Con todo, la Historia también nos ha enseñado una hermosa lección al señalar como verdaderos líderes a aquellos que han movido corazones, casi siempre al frente de empresas difíciles.
En este sentido, podemos acogernos a la definición de liderazgo que el filósofo argentino Hugo Landolfi presenta: “Tenemos el liderazgo por la capacidad de conducir a otras personas en la dirección que el líder desea. No hay nada más lejos de la verdad. ¿O acaso la crisis de nuestro mundo, de nuestros países y de nuestra cultura no halla su fundamento en el accionar de supuestos “líderes” que, intentando guiar a otros, no pueden ni conducirse a sí mismos? El liderazgo implica primero una habilidad para llevar nuestra propia vida hacia un fin de plenitud y excelencia. Luego, podremos conducir a otros hacia el fin propio de cada uno, el cual no es necesariamente idéntico al del líder”. Y este fin, cuando es común, encuentra su base en el ejemplo, ya que el liderazgo se consigue actuando ejemplarmente, siendo lo que esperamos de nosotros mismos y de los demás.
Dicho todo esto, ¿qué supone liderar con el ejemplo? Volviendo a la esencia del líder verdadero, el que toca emociones que movilizan la transformación, podemos referirnos y recordar a personajes como Nelson Mandela, Martin Luther King, Mahatma Gandhi, o Vicente Ferrer. Todos ellos lucharon por un cambio en el que creían firmemente. Los defensores de los derechos humanos Luther King y Mandela, este último encarcelado durante 27 años por promover la igualdad racial en el régimen segregacionista del Apartheid surafricano, reconocieron que transformar su sufrimiento en fuerza creativa había abierto el camino para sus seguidores. Junto al talento y el esfuerzo, poder identificarse con las esperanzas y los deseos de los demás son las habilidades reales de un líder. El líder, ante todo, es un ser humano que se busca, que enfrenta las restricciones y se abre camino en la adversidad.
Esta búsqueda interior es una de los mayores retos que nos esperan como personas, y precisa de conciencia crítica y de integridad. Para dar lo mejor de nosotros mismos, debemos acudir al análisis que nos permita emitir un juicio sobre algo en concreto. Cuando el problema aparece, huir de él e intentar que el grupo que dirigimos lo resuelva conlleva perder una gran oportunidad: la de crecer como individuos y, a su vez, la de lograr el bienestar común. Por eso, el término ‘crítica’ comparte raíz etimológica con ‘crisis’ y ‘criterio’: pensar, juzgar y plantear una decisión útil forman parte del liderazgo útil. Se trata de ser conscientes de lo que tenemos entre manos y actuar en consecuencia, por nosotros mismos y por los que nos acompañan.
Del Yo al Nosotros
Así pues, estamos diciendo que el líder con conciencia crítica es el que consigue modelar una conciencia global: quien consigue trasladar todas las soluciones, necesidades y objetivos a un territorio común. Lo crítico agudiza la integridad, el poder de arrastrar a los demás en la misma dirección, con la pasión de traspasar fronteras y el compromiso para luchar unidos y para crear. Compartir, cooperar, darse la mano.
Escuchar para ser escuchado. Porque considerar lo que los demás quieren expresar, darles su lugar en el sistema humano que nos ocupa, es el punto de partida de una organización productiva. El liderazgo en esencia requiere una visión compartida que nace de la integridad. El camino desde el Yo hasta el Nosotros se apoya en la solidaridad, en la empatía, en dar y recibir, en la responsabilidad de uno, que es la de todos.
Solo de esta manera, el liderazgo abandonará el contexto de la autoridad para entrar en el campo del ejemplo. Solo sabiéndonos el principio de una cadena humana podremos formular y cumplir nuestras promesas, puesto que reconocemos qué esperamos de nosotros mismos y qué esperan los que nos siguen. En palabras de Viktor Frankl, “El hombre es el ser que siempre decide lo que es”, o lo que es lo mismo, el líder concibe ideas desde sí mismo para proyectar el cambio. El cambio que cambia a los que le rodean.
Contagiar emociones para aprender
En realidad, debemos tener algo muy claro: no podemos cambiar a nadie. Entonces, ¿para qué ofrecerle consejo, guía, ejemplo? ¿Guiar es obligar o convencer? ¿No es válido afirmar que la propia transformación invita al cambio de los demás? Sí y no. Me explico. Insisto: no podemos cambiar a nadie, pero sí podemos inspirarle, provocarle, acompañarle y ser un referente importante en su evolución. Un líder consigue transformar un sistema humano mediante el compromiso, la confianza, la generosidad y la potenciación de la creatividad de cada una de las personas que forman ese sistema. El cambio efectivo depende de cada uno, sí, pero al descubrir y darle brillo al potencial de cada individuo de su equipo, el líder aparece como una suerte de maestro, un Pigmalión.
Precisamente, la conocida como Ley del Espejo o Efecto Pigmalión (el proceso por el cual las creencias y las expectativas que depositamos a nivel personal y en los otros nos condicionan tanto que estos objetivos se acaban cumpliendo) resulta excelente a la hora de dar ejemplo. Desde sus premisas, si, como líderes, tratamos a las personas tal como son, seguirán siendo como son; pero si las tratamos como creemos que pueden llegar a ser, podrán llegar a ser lo que están llamadas a ser.
El liderazgo se nutre de contagiar emociones, de demostrar que querer es poder, de descubrir, tal como hacen los niños y los adultos cuando aprenden, que si otra persona es capaz, ellos también pueden cruzar metas. Un sistema humano requerirá de una constatación de hechos planteada por quien los dirige. Es el líder el que tiene que empezar por marcar las directrices y quemar etapas, para así arrastrar a sus seguidores. Energía y emociones alquímicas, siempre.
Una profunda conexión humana
Un líder, entonces, debe alinearse con sus seguidores; y no solo sus seguidores deben confiar ciegamente en él. La conexión es fuerte y necesaria. Una conexión humana profunda y plena de motivación. La comunicación abierta y sincera con nuestros colaboradores focaliza en valores como la humildad, el humor y la humanidad.
La humildad, término de origen griego que en esta lengua significa ‘pequeño’, nos obliga a reconocer nuestras debilidades, a aceptar que somos pequeños y que nos podemos equivocar, aunque en el error es donde hallemos la fuerza para la acción transformadora. Somos humildes, nos equivocamos y sabemos que los otros también pueden cometer errores. Al no creernos por encima del bien y del mal, nos sentimos más tranquilos y más proclives a conectar, a cooperar por un progreso común.
Y lo hacemos, además, desde el humor, que se resume como la humildad natural de cada uno de nosotros: la capacidad para percibir el mundo con sus contradicciones. El humor nos regala espontaneidad, libertad y ganas de avanzar y de descubrir. Cuando los agobios de la vida moderna nos acercan a nuestros límites, reírnos de nosotros mismos, no colocar nuestro ego por encima de la inteligencia y dejar de lado el dramatismo que nos aísla del entorno son las vías de éxito más lógicas.
El líder, por supuesto, se alimenta de la humanidad, tal vez la condición más positiva para orientar a las personas. Liderar supone exponerse sin ego, dando cuenta de la propia fragilidad y de la sensibilidad que nos permiten comprender a los demás.
El líder es humano, es humilde y atesora humor. Son virtudes o factores que le acercan a su equipo, también humano, que nos ayudan a construir puentes por los que transitar y triunfar.
De vuelta a la etimología, no es de extrañar que estos tres términos compartan la raíz ‘hum-’. En latín, ‘hum-’ nos remite a la tierra si pensamos en ‘humus’, que es lo más simple, el medio donde germina la vida y a donde ésta retorna no para desaparecer, sino para renovarse y dar lugar a otra. De ‘humus’ deriva, justamente, ‘homo’, que se refiere a lo nacido de la tierra, a toda la Humanidad.
En conclusión, el líder encontrará su fuerza en su vertiente humana, en la conexión con su yo interior, a la búsqueda de su pequeñez, su humildad. A partir de ella, la conexión con un nosotros será tan natural como existir y, sobre todo, quedará reforzada por otro valor resultante de mantenernos en la humildad: la gratitud.
Entrega y amor, decisivos
El liderazgo desde la humildad, como hemos analizado, solo comporta beneficios. Estar atentos a lo que los demás necesitan y a cómo se esfuerzan, con tal de dar lo mejor de sí mismos y como reflejo de lo que nosotros, como líderes, damos, deriva en llenarnos de gratitud. Los demás, su inteligencia, su colaboración, su empuje… son regalos que hacen que el liderazgo merezca la pena.
La transformación tiene lugar en un ambiente en el que la gratitud es evidente y en el que las personas que viajan en una misma dirección se caracterizan por la autenticidad y por la capacidad de entrega. Apreciar, querer de verdad, valorar al ser humano que confía en nuestro instinto y en nuestra idea de liderazgo será decisivo para que ese amor revierta en nosotros. Éste es el verdadero ejemplo que podemos predicar como líderes y personas: el amor a lo que hacemos y a los que hacen posible que todo suceda, a que avancemos en un nosotros. Es el liderazgo de lo cualitativo que, más que nunca, sirve de punto de apoyo al cuantitativo.
Al cooperar y ser íntegros, repartimos la confianza que genera el compromiso de los demás y que se encarna en calidad. La integridad, la bondad, la conciencia y el amor son las verdaderas fuentes de la prosperidad y actuar a través de ellas es liderar con el ejemplo.

Álex

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